No es un musical, no es un drama, no es una comedia, no es
un concierto. En realidad, “Juegos de fábrica” es todo eso, en cómodas dosis.
El slogan de la obra la pinta tal cual es: una obra con escenas de rock.
En cierto (más bien incierto) lugar de Buenos Aires, en algún momento de comienzos del siglo XX, hay un espacio. Un algo. Un galpón, una fábrica abandonada…. Un lugar de encuentros y desencuentros. Allí y siempre allí trascurrirá la obra de la mano de diversos personajes, todos niños, casi adolescentes, que se ven inmersos en una realidad oscura.
Todos ellos se reúnen en este sitio clandestino para jugar.
Aunque llamarle “jugar” a lo que allí sucede, peca de ingenuo. Más que jugar,
ellos simulan, actúan, fingen. Simulan la guerra. Exteriorizan la guerra
interior con armas invisibles pero con iras verdaderas. Es, sí, un juego
macabro, donde la muerte puede terminar siendo cierta, aunque el gatillo nunca
dispare... Seguir leyendo